29 de julio de 2011

DEL OCIO AL VERSO


(discurso de bienvenida para los alumnos de nuevo ingreso)

Abril Albarrán

Nada humano me es ajeno. Bienvenidos compañeros a la UACM. De ahora en adelante este será su lema y ha sido el mío durante aproximadamente 5 años, desde que inicié mis estudios en esta institución.

Como la mayoría de los adolescentes, no tenía ni la menor idea qué era lo que quería estudiar, más o menos sentía que era por el camino del arte y eso porque a los once años mi mamá me inscribió en un taller de pintura al óleo. Me acuerdo que llegó muy emocionada a contarme sobre mi nueva actividad. Su idea era que tuviera algo qué hacer después de clases y es que llegaba a la casa directito a fondearme en uno de los sillones de la sala para pasar horas frente a la televisión y ella temía que, a través de su radioactividad junto con la programación de televisa y tv azteca, mis neuronas se consumieran como el alka seltzer, digo, por la indigestión de una vida light.

Al principio no comprendía el sentido de ¿pintar? ¿yo? No me creía capaz de crear y mucho menos de imaginar. ¿En qué estaba pensando mi má’? El primer día me dirigí a la clase cargando mi caballete y pinturas de forma apática, ¡pues claro! me quitaron mi tarde frente al televisor por un tallerucho. El maestro me mostró un catálogo de ilustraciones, yo tenía que escoger cuál quería copiar en mi lienzo. Según yo escogí la más sencilla; en el primer plano había unos arbustos y al fondo el Popo. Él me dijo que había escogido una de las difíciles por el efecto de luz y sombra en la nieve. Mientras pintaba sólo pensaba en lo cómoda que podría estar en el sillón. Después de una hora el maestro me avisó que ya podía retirarme y me felicitó por lo adelantada que iba. Los días pasaron sin darme cuenta que disfrutaba del taller, de la idea de recrear una imagen con tintes de mi imaginación. Después de tres años mi maestro se mudó pero yo continué con las clases en otro lugar hasta que entré a la universidad. A pesar de las clases de pintura, mi cerebro todavía no se desintoxicaba de la programación televisiva. Seguía siendo la oveja perdida, o más bien, era parte del grupo de las ovejas perdidas.

En la prepa todos nos quejábamos de lo mucho que nos dejaban leer ―10 páginas de una semana a la otra―. Le conté a mi mamá y me prometió ir a hablar con el profesor. Ese mismo día en la tarde, le pregunté ansiosa por saber en qué habían quedado, me dijo que yo sería la excepción del grupo, porque ya no leería más copias sino todo el libro en una semana. Ay mi mamá, tan preocupada por que yo leyera.

Ya iba en el último año de la prepa y aún no me decidía por una carrera; dudaba entre artes plásticas, arquitectura o contabilidad… o literatura ―pero la sola palabra me daba miedo, no sabía qué se podría hacer con la literatura―. En una ocasión, en la clase de contabilidad (porque han de saber que se me aconsejó estar en el área tres, contabilidad y administración, en lugar del área cuatro puesto que ahí estaban los que no le echaban ganas, los flojos marihuanos artistos), me acerqué a mi profesora para entregarle un documento donde decía que tal día había faltado a su clase debido a que presenté el examen a la UNAM para Letras Hispánicas. Se rió de mí y me dijo: ¿Tú? ¿Pero si ni lees? Y como era natural, me picó el orgullo.

Cuando terminé la prepa mi mamá me aconsejó que tomara un año sabático para decidir qué era lo que quería estudiar. En ese año me dediqué a trabajar y estudiar inglés en cursos intensivos. Estos cursos me ayudaron a descubrir el poder de las palabras, la belleza que se puede encontrar en cada combinación, es decir, que en cada oración uno puede hechizar.

Luego, me puse a investigar sobre los planes de estudio en diferentes universidades, porque ya estaba decidido que quería estudiar algo relacionado con la literatura. Mi pretexto era dar a mis cuadros una pequeña historia, algo que narrara lo que había en ellos. Investigué en la UNAM, UAM y la escuela de artes plásticas La Esmeralda (como última opción). Hice examen en las dos primeras, en la tercera, por azares del destino, se me pasaron las fechas de inscripción. Pero todavía dudaba si quería estar en esas instituciones, y es que sus planes de estudios no me latían, algo en ellos no llenaba mi sed de literatura. Mientras esperaba los resultados llegó propaganda de una universidad cuyo nombre no me era familiar hasta entonces, era la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En el folleto venía la síntesis de cada una de las carreras. Me detuve a revisar Arte y Patrimonio Cultural, pero Creación Literaria me hacia ojitos. Me metí a la página de internet para averiguar más sobre esta carrera. Al final, me embelesó su plan de estudios.

Esa misma tarde preparé mis papeles, porque nada más tenía una semana para inscribirme. Fui al plantel de San Lorenzo Tezonco para dejarlos. Mientras esperaba mi turno en la fila, me dejé abrazar por la atmosfera efusiva que emitía cada escalón, cada ladrillo, barandal y cada persona que caminaba apresurada de un lugar a otro con folders bajo el brazo. Ya que quedé registrada en la base de datos esperé con ansia el día de la publicación de los resultados. El esperado momento llegó, pero yo no estaba en la lista de los afortunados. En ese instante sentí como si me inyectaran el agua helada del balde que iba recorriendo cada rincón de mis venas. No quería resignarme a esperar un año, pero no podía hacer nada más.

Una semana antes de que el semestre diera inicio, la Lic Priscila Gil se comunicó conmigo y me dijo que había un lugar disponible, pero que no contaría con matrícula por un tiempo. Decidí aventurarme. Una de las primeras clases que tomé fue Técnicas Artistas. Ahí conocí a la profesora performera, poeta, naradora, compositora, costurera, en fin, es una caja de sorpresas. Al principio me asustaba con su voz golpeada. <> me dijo un compañero. Siempre me regañaba por mi falta de participación en su clase: <>, pensé. Luego, me presentaron con el profesor de poesía. A él se me dificultaba entenderle por el acento albanés que mezcla con chilanguismos, pero cada que abre la boca brotan mariposas ―alegorías sobre el vivir―. Posteriormente tuve clases con la profesora que dice que el escribir no es hacer enchiladas <>, pensaba yo; decidí entonces que a ella la quería de tutora. A ambos profesores les agradezco sus críticas sinceras sobre los primeros textos que produje: <>, me decía mi tutora. También me topé con la profesora “primavera”, la que siempre está sonriendo y en cada sonrisa se dibujan las dimensiones de las fronteras literarias.

Así fui descubriendo a cada uno de los profesores que iluminaron mi camino para llegar a donde estoy ahora. Son mejor que el alka seltzer para remediar la indigestión de la vida ociosa. Gracias a ellos, a la Lic Priscila y cada una de las personas que supieron compartirme una pizca de su tiempo, mi saber se ha alimentado y se alimentará de ellos.

Para terminar, no me gustaría que se queden con la idea de que esta universidad es de rechazados. De nosotros, de los estudiantes, depende cómo nos distingan. Esta universidad no es para estar de paso mientras nos aceptan en otras instituciones. Aquí es para quien de verdad quiere aprender, quiere salir del montón, quiere curarse de la indigestión de lo superficial. Los profesores que forman parte de la UACM no nos niegan su tiempo para orientarnos, pero si nosotros no nos acercamos a ellos, no seremos escuchados.

Es nuestra responsabilidad, como aprendices, tomar en serio el papel que nos corresponde, esto es, asistir a clases (indispensable) hacer todititos los trabajos, LEER y tomar tutorías. Para que la universidad en la que aprendemos que nada humano nos es ajeno, deje de recibir ataques externos.


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